MADRID.
La artista noruega Anna-Eva Bergman (1909-1987) consideraba el ritmo como elemento estructural de la pintura, un ritmo que surgió del empleo de determinadas materias —hojas de metal, pan de oro, plata o cobre—, formas, líneas y colores. En sus inicios, su obra estuvo marcada por la influencia de los artistas alemanes de la Nueva Objetividad pero, a partir de la década de 1950, experimentó un giro radical cuando se dedicó a la abstracción pictórica, construyendo un universo singular en torno a la línea y el ritmo. El paisaje se convirtió entonces en la referencia esencial de su obra: motivos naturales, mitología escandinava — planetas, montañas, barcas, fiordos— o la luz nórdica.
Su relación con España se inició en 1933, cuando se instaló durante un año en Menorca junto a su pareja, Hans Hartung. En 1962 realizó un viaje a Almería que marcaría su obra de manera determinante; allí comenzó a crear sus primeros horizontes, motivo que retomará al volver a pintar los paisajes noruegos. Este vínculo entre Noruega y España —norte y sur— desembocó en una formalidad semejante, aunque de tonalidades muy diferentes, entre ambos paisajes.
Las piedras son otro elemento recurrente en Bergman, que surgen a principios de la década de 1970 después de haber viajado por España y Portugal, como se muestra en su serie Pierres de Castille [Piedras de Castilla, 1970].
En sus viajes, la artista realizó un gran número de fotografías que utilizaba como rastro, memoria o recuerdo, de este modo pintaba sus paisajes a partir de la distancia entre la pintura y lo percibido, transformado por el paso del tiempo.
La exposición permanecerá abierta hasta el 17 de Mayo de 2021 / Palacio de Cristal, Parque del Retiro.
Fotos: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Joaquín Cortés / Román Lores.