
VALLADOLID.
En la Capilla de los Condes de Fuensaldaña, la artista italiana Chiara Camoni (Piacenza, 1974) presenta Erguidas, yacentes, una exposición que convierte el espacio en un escenario donde lo arquitectónico y lo orgánico dialogan de manera silenciosa y vital. Las obras se alzan y reposan, respiran y callan, como si fueran parte de un ciclo natural detenido por un instante.
Sus esculturas —realizadas en cerámica, mármol, cobre o tejidos— habitan la sala con una presencia ambigua, entre lo humano y lo vegetal, entre la ruina y la germinación. En las piezas de la serie Colonne, la verticalidad se convierte en gesto y respiración: columnas que recuerdan cuerpos o tótems, presencias que evocan lo ancestral y lo vivo. Frente a la frialdad de ciertas tendencias contemporáneas, Camoni elige la vía de lo sensorial y lo simbólico, un terreno donde el mito se mezcla con el polvo y lo imperfecto se transforma en posibilidad.
La artista entiende el arte como un proceso colectivo, una extensión de la vida cotidiana. Su taller en Fabbiano, una pequeña aldea de la Toscana, es también su hogar: un lugar donde trabaja junto a su familia y un grupo de mujeres que comparten tiempo, cuidados y creación. En ese entorno, el acto artístico pierde sus jerarquías: modelar arcilla, cocinar o conversar son gestos que pertenecen al mismo tejido vital. Esta práctica comunitaria otorga a su obra una dimensión política, un compromiso con lo común como forma de resistencia frente al aislamiento y la velocidad del mundo actual.
En la sala contigua, la exposición se expande en horizontal: mosaicos, tejidos, flores y figuras cerámicas componen un paisaje de resonancias arqueológicas. Dos perros de barro custodian la entrada como guardianes de un umbral simbólico, mientras una Odalisca recostada mira hacia un horizonte incierto. Todo en Erguidas, yacentes sugiere la idea de proceso, de transformación constante. Las obras no están cerradas, sino que siguen respirando junto al espacio que las acoge.

Camoni cultiva una estética de lo imperfecto, lo poroso y lo mutable. En sus manos, la materia conserva memoria y vibra con la energía de lo vivo. Su trabajo nos recuerda que el arte puede seguir siendo una práctica de comunión: un territorio donde el gesto y el cuidado, la tierra y el cuerpo, lo que se alza y lo que reposa, laten al unísono en un mismo pulso.
La exposición se puede visitar en el Museo Patio Herreriano hasta el 8 de marzo.

Fotos: Museo Patio Herreriano.












